Cuándo ascendió al trono español Felipe V, el primer
monarca de la dinastía francesa de los Borbones, nieto de Luis XIV y nacido en
Versalles, descubrió la austeridad en la que habían vivido los monarcas españoles
de la Casa de Austria.
Acostumbrado al boato y el confort de la corte francesa,
uno de sus primeros cuidados fue la construcción de una serie de Palacios, los
Reales Sitios, por lo general diseñados por arquitectos franceses e italianos,
destinados a convertirse temporalmente en residencia real y capital del reino.
El Palacio Real de Aranjuez
La Corte borbónica era, efectivamente, una corte trashumante,
que se desplazaban de un sitio real a otro según la época del año, con una
precisión de calendario solar. Así, gracias a la voluntad real de tener una red
de Palacios estratégicamente situados en lugares de gran belleza o con caza
abundante, fueron construidos o totalmente reformados los Reales Sitios de la
Granja de San Ildefonso, el Palacio Real de Madrid, el del Pardo, el de la
Zarzuela y el de Aranjuez.
Este último está situado entre el Tajo y el Jarama, lo que
garantiza agua abundante para regar los jardines y crear los juegos hidráulicos
tan apreciados por los paisajistas franceses.
Hay que destacar que la construcción del Palacio Real y de
los jardines se hizo en general respetando el entorno natural, lo que ha
permitido en la actualidad crear una serie de paseos históricos que recorren
bosques, jardines, palacios, en un continuum
en el que no siempre es fácil distinguir lo natural de lo que sobra de la mano
del hombre, y cuando se distingue, hay que rendirse ante la belleza y la armonía
creada por tal maridaje.
La joya arquitectónica de Aranjuez es sin duda el Palacio
Real, con sus jardines del Parterre, de estilo inglés, el de la isla, así
llamado por su situación entre el Tajo y la ría, y el del príncipe, del tipo
francés.
Sin embargo no es el único edificio monumental construido
allí por los Borbones. Como se ha reseñado anteriormente, Carlos III hizo
construir el cortijo de San Isidro, con la ermita homónima y la Real Bodega,
una explotación agrícola ideal que no sobrevivió al monarca, y el Campo Flamenco,
otra plantación modélica, con cría de gusanos de seda e hilado de dicho tejido.
Carlos IV fue el último Borbón que dejó su impronta en
Aranjuez, con la construcción de numerosos palacios, como el de Marinos, y las
citadas casas del válido Godoy y de los Infantes.
Si bien fue Felipe V el promotor del palacio y los
jardines de Aranjuez, poco hizo para facilitar el alojamiento de las numerosas
personas que seguían a la familia real en sus desplazamientos: sirvientes,
funcionarios, militares y nobles cortesanos que tenía que conformarse con la rústicas
construcciones semihundidas en el terreno que allí existía.
Fue Fernando VI quién decidió derogar una disposición de
Felipe II que prohibía la construcción de viviendas en Aranjuez y promovió la
edificación de una ciudad de Nueva Planta, la actual villa.
En 1740, arquitecto italiano Giacomo Bonavia, ayudado por
Alejandro González Velázquez, se encargó de planificar el nuevo núcleo urbano,
posteriormente modificado por Sabatini y Villanueva.
Las calles se tiraron a cordel, con racionalismo de
neoclásico, con diferentes plazas salpicando el entramado urbano.
Todo estaba previsto: viviendas jerarquizada según el
estatus social de sus moradores, palacios para los cortesanos, casas para los
artesanos. Todo estaba estudiado para crear una sensación de armonía: la altura
de los edificios, la anchura de las calles, diseño de las fachadas.
Todo este conjunto se ha mantenido casi intacto,
ofreciendo hoy al visitante la posibilidad de gozar de un conjunto urbanístico
del siglo XVIII concebido por los mejores arquitectos de la época.
El famoso tren de la fresa de Aranjuez
El 9 de febrero de
1851 se inauguró la línea férrea Madrid - Aranjuez, más conocida como el tren
de la fresa, pues en dicha inauguración se transportó una cesta de dichos
frutos, los primeros de la temporada, para su majestad Isabel II.
La línea férrea era la tercera que se construyó en España,
después de la que en 1837 unió La Habana y Bejucal, en la entonces española
isla de Cuba, y la de Barcelona - Mataró, la primera de la península.
En la actualidad un tren con vagones de madera remolcados
por un por una antigua locomotora de vapor tren y de aquellos viajes del siglo
XIX para disfrute de los turistas.
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