El visitante que se acerque a Trujillo quedará
impresionado al ver su silueta alzada sobre el tolmo granítico de Cabeza del Zorro,
coronado por el viejo castillo árabe.
La ciudad estuvo habitada ya en época prehistórica y en la Edad del Hierro, si
bien fue bajo la ocupación romana cuando adquirió importancia por su
estratégica posición sobre el altozano que domina una vega, zona de paso entre
la zona occidental de la meseta y las cuencas
del Guadiana y Guadalquivir.
El paso de los visigodos por la ciudad no dejó demasiados
vestigios, al contrario que la ocupación musulmana que, durante los cinco
siglos de duración, dejo tesoros, como el conjunto de monedas del año 1017 o monumentos como la alcazaba que preside
el pueblo.
Esta última, a pesar de su imponente aspecto, no era más
que la residencia oficial del gobernador omeya y las dependencias de su
administración.
La guarnición militar estaba alojada en el albacar, un
recinto amurallado junto a la alcazaba. Esta cuenta con ocho torres defensivas
y cuatro puertas de acceso, una de las cuales la comunicaba con el albacar.
El edificio es una construcción típicamente militar, con
escasas ventanas o saeteras. Se accede a él por una hermosa puerta con tres
arcos de herradura. En su patio de armas se encuentran dos grandes aljibes que pueden ser visitados.
Qué visitar en Trujillo
El mayor atractivo de la ciudad, no obstante, es el casco
urbano, con sus calles medievales
flanqueadas con numerosas mansiones señoriales.
Si Extremadura fue la región española que más contribuyó
humanamente a las campañas bélicas de la conquista del continente americano,
Trujillo fue sin duda la ciudad extremeña, y por ende española, que más
conquistadores aportó.
Si bien los más conocidos son los hermanos Pizarro y
Francisco de Orellana, la lista sería interminable, con nombres de guerreros
como Martín de Meneses, Francisco de las casas, Diego galán de paredes,
Francisco Bejarano, benefactores como María de Escobar, la mujer que llevo el
olivo América, cronistas como fray Gaspar de Carvajal, canteros como Francisco
Becerra, constructor de catedrales en América, etcétera.
Los que regresaron triunfantes de la aventura americana
construyeron espléndidas mansiones, un patrimonio arquitectónico de los siglos
XVI y XVII que da el carácter a la ciudad.
La mayoría de ellas están en la hermosa Plaza Mayor porticada siglo XVI, o en
sus alrededores.
Dicha plaza tiene en su centro la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, obra del Charles Rumsey. La
rodean notables mansiones nobles: palacio de los marqueses de Piedras Albas (siglo
XVI), palacio de los marqueses de la Conquista, construido en 1560 por Hernando
Pizarro, palacio de los duques de San Carlos siglos (XVI- XVII), Casa de la Cadena
(siglo XV), palacio de los marqueses de Santa Marta (siglo XVI), torre del Alfiler
(siglo XV), palacio de los Caves-Cardenas (siglos XV XVI), de los Chaves
Sotomayor (siglo XVI), palacio de Juan Pizarro de Orellana (siglo XVI).
La plaza cuenta también con los edificios que simbolizan el poder en la ciudad: las casas del
Concejo (siglo XV) y las iglesias de la Preciosa Sangre de Cristo (siglo XVIII)
y de San Martín (siglos XIV – XVI).
Tradicionalmente las grandes familias trujillanas fundaban
y protegían conventos y órdenes religiosas. Existen así, repartidos por la
ciudad, numerosos conventos, como los de San Pedro (siglo XVI), Santo Domingo (siglo
XVI), Santa Clara (siglo XV), San Antonio (siglo XVIII), Santa Isabel (siglo XV)
o de San Francisco (siglo XV).
El monumento religioso más importante de la ciudad es la iglesia de Santa María, construida
entre los siglos XIII y XVI en el emblemático emplazamiento de la antigua
mezquita. Es un edificio tardorrománico con tres naves y dos macizas torres
campanario. De su interior alberga los sepulcros de las grandes familias
trujillanas.
Francisco Pizarro Gonzalez
El más ilustre
trujillano, Francisco Pizarro González, hijo natural de una humilde
sirvienta, ha pasado la historia por haber conquistado Perú al mando de un
ejército de solo 180 hombres.
Después de hacer prisionero al emperador Atahualpa, pero
como rescate una ingente cantidad de oro y plata, que los incas se apresuraron
a pagar. A pesar de ello, Pizarro lo hizo ejecutar.
Sin embargo, pronto
surgió entre Pizarro y su compañero de armas, Almagro, un grave enfrentamiento
que culminó con la ejecución pública de este último. Tres años más tarde, el
hijo de Almagro organizó el asesinato de
Francisco Pizarro en su propia residencia.
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