La primera vez que viajamos a una
isla pequeña nuestra percepción de la
realidad cambia drásticamente. Para empezar, estarás alejado de todos los grandes puntos del mapa y posiblemente tengas
que recurrir a medios de transporte
especiales para llegar a ellas y otros no menos variopintos para moverte
por su interior. Las islas son lugares con un gran encanto y ese elemento que
las hace maravillosas, estar alejadas
del mundanal ruido, también supone su mayor complicación.
Existen muchos destinos en el
mundo que cuentan con una gran cantidad de islas, como es el caso de Chile, con el nada despreciable número
de 6.000, incluyendo los islotes. Se
trata en su mayoría de islas diminutas, cuyos habitantes se encuentran a cientos de kilómetros de cualquier ciudad
y que deben moverse a través de pequeñas
embarcaciones, ya que carecen de aeropuerto o simplemente de pista de
aterrizaje. Un caso similar lo encontramos en Escocia, donde el número de islas asciende a 7.000 y sus puntos de acceso incluso más complicados de encontrar.
Una vez que llegamos a la isla lo
mejor para movernos por su territorio,
siempre que disponga de carreteras, es alquilar
un coche o motocicleta. Si esto no está disponible siempre te queda la
opción de hablar con algún particular y
llegar a un acuerdo o echar mano a los autobuses u otros medios de
locomoción parecidos.
En algunas zonas especialmente pequeñas incluso podemos hacernos con una bicicleta, sobre todo si se trata de un
paraje natural protegido. Si vas a
hacer esto mira con atención que en general las superficies a recorrer sean planas o de lo contrario te quedarás
sin aliento en poco tiempo. Esta es una de las mejores maneras (y sin duda la más
sanas) que tenemos de movernos por una isla.
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