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Descubriendo Lima, la capital de Perú
A Lima parece cubrirla, casi siempre, una gran nube gris. Melville, el padre de Moby Dick, se refirió alguna vez a su pálido cielo, pero lo cierto es que en ningún otro lugar el gris es tan colorido y luminoso. Pensemos en las puestas de sol que aquí pueden verse de cara al mar. O en las históricas plazas del centro recién remozado. Caminar por Lima significa toparse con una paleta de matices en permanente cambio.
Lima siempre fue una ciudad mestiza. Desde su fundación, en 1535, hasta ahora. Esta mezcla de razas y culturas acompaña su crecimiento espectacular y desordenado, que la ha convertido en una de las 25 ciudades más pobladas del mundo. Y seguirá inflándose: los urbanistas calculan que cada año alberga 160.000 habitantes nuevos. Hoy, el 30% de la población nacional vive en Lima y unos dos millones y medio son inmigrantes, que llegaron desde el interior del país buscando mejores oportunidades.
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A diario, ocho millones de almas dibujan el rostro de esta ciudad, cuyos escenarios y perfiles humanos pueblan la literatura de Vargas Llosa, Bryce Echenique, Ribeyro y Bayly.
Lima es territorio de contrastes ¿Qué ciudad capaz de dejar huella no lo es? De ella hablan el caos circulatorio y sus conductores poco capaces de respetar el semáforo; su informal expansión urbanística, de espaldas al mar y que trepó hasta los cerros; pero también la progresiva recuperación del espacio público, visible ya en el centro histórico, así como su efervescente vida nocturna, que renace tras poco más de una década, los ochenta, en la que el terrorismo frenó la posibilidad de diversión.
A Lima hay que recorrerla sin prejuicios. Esta ciudad, entre la cordillera y el Pacífico, guarda sus esencias en rincones que pueden descubrirse sólo si el afán explorador es genuino. Porque la antigua religiosidad en torno al Cristo Morado, la pasión taurina que brota en Acho o la magia eterna del bohemio Barranco, coexisten ahora con la tecnocumbia y las mega-discotecas en los conos urbanos, con el compulsivo ir de compras (el shopping) en las grandes cadenas y el uso casi maníaco del teléfono móvil, incluso durante la compra en el supermercado. Siempre es difícil saber qué sigue. Pero seguro sorprenderá.
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