Viena es como una anciana dama que seduce con la belleza de su lejana juventud. Le encanta exhibir su rica herencia: el barroco de los gloriosos siglos del Imperio, la música y el legado de artistas, filósofos y científicos de fin de siglo, que trazaron perspectivas completamente innovadoras, vigentes hasta hoy. Menos gracia le hace reconocerse en sus lados oscuros, pero últimamente Viena está despertando de esa amnesia que fingió para ocultar el trauma vivido durante la devastadora Segunda Guerra Mundial.
En su majestuoso envoltorio barroco y modernista, demasiado grande para la población de sólo un millón setecientos mil habitantes, la ciudad brinda una calma incomparable para disfrutar de una enorme oferta de ópera, conciertos, festivales de danza contemporánea y grandes exposiciones, y también para descubrir los escondites donde se están tramando las nuevas picardías para el próximo milenio. Los focos de ebullición, fecundados por la nueva mezcla de culturas, se concentran en callejuelas del casco histórico, en el interior de locales esparcidos por la ciudad, y se trasladan a las laderas de los Bosques de Viena y al mítico Danubio en las calurosas noches de verano.
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