Diez de la noche. En la catedral redobla la Zehner Glock anunciando el cierre de las puertas de la ciudad. Estrasburgo: "ciudad de caminos". Tercera más grande del imperio germánico durante el Renacimiento, por detrás de Colonia y Núremberg. Comerciantes y artesanos pululaban por sus angostas calles medievales y sus múltiples canales sobre el Rin. Su espíritu libre atrajo a pensadores y científicos de toda Europa. Como Gutemberg, que en una de sus casas de vigas de madera y tejados empinados trabajó en la que sería la primera imprenta de Occidente.
Francesa y alemana. Periferia de los mundos latino y germánico. Alsacia ha aprovechado lo mejor de ambas culturas. Continuo vaivén de fronteras. Pocas urbes europeas han cambiado tanto de nacionalidad en los últimos siglos como Estrasburgo, cuyos habitantes mezclan con naturalidad la lengua francesa con la alsaciana, dialecto del alemán. Aquí conviven desde hace siglos las grandes religiones del viejo continente. Gracias al Tratado de Westfalia, Alsacia pudo conservar su libertad de culto cuando en 1685 Luis XIV abolió el Edicto de Nantes, que otorgaba hasta entonces la libertad religiosa en Francia.
Centro cultural destacado, se convirtió en ebullidero de nuevas ideas y refugio para perseguidos de medio continente. Y gracias a una tolerancia poco corriente, en algunos pueblos de Alsacia aún comparten iglesias católicas y templos protestantes el mismo edificio sagrado. La antigua comunidad judía de Estrasburgo sigue siendo, pese a los grandes estragos de la ocupación nazi, la segunda más numerosa de Francia, y una de las más dinámicas de Europa.
En 1949, tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad es elegida sede del Consejo de Europa. Desde entonces otras instituciones europeas se han ido concentrando aquí. La capital de Europa para los franceses, vive un nuevo renacer cultural. Gran centro universitario y turístico, provinciana y multicultural, con sus 250.000 habitantes posee hoy tres grandes orquestas estables, un Teatro Nacional, un novísimo Museo de Arte Moderno y Contemporáneo y un sorprendente Museo de Bellas Artes. El carisma de su ex alcaldesa, Madame Trautmann, hizo que los coches desaparecieran del centro histórico dando paso a un moderno sistema de tranvías, modélico en Francia. En las zonas peatonales se alternan bares de diseño con añejas tabernas alsacianas. En sus cientos de restaurantes conviven estudiantes de media Francia con funcionarios de toda Europa.
Las murallas de esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad, desaparecieron hace mucho, pero a las diez sigue sonando imperturbable la Zehner Glock desde la catedral (la segunda más alta de Europa). Mucho ha cambiado Estrasburgo, pero en sus calles cubiertas de musgo se respira el mismo aire liberal y humanista que maravilló a Erasmo de Rotterdam y sigue cautivando a Europa.
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