No es hoy ciudad de moda, pero nunca dejará de ser mítica: un lugar tejido con piedras, dioses y eterna hospitalidad.
Siempre que, entre el caos urbanístico, los ojos descubren las blancas columnas en lo alto, el corazón te da un apretón y se te humedecen los ojos. Estás aquí, en Atenas, antes cuna y hoy frontera de la civilización, en el sentido estricto de la palabra.
Grecia, el país de la Comunidad Europea que baila con la más fea en el patio minado de los Balcanes, tiene a casi la mitad de su población en esta urbe.
Los atenienses pueden estar viciados de patriotismo, pero también de cariño y filantropía. Con algo de esto acogen en sus calles a los miles de expatriados balcánicos que han sustituido a los turistas americanos, y a los que otros europeos han dado una solución más técnica. Para el extraño que va con bien, hay un tarro de hospitalidad en cada casa y un gran orgullo al destaparlo.
No es ciudad para estar de moda, pero lo estará porque la máquina de hacer monedas de millón, que son los Juegos Olímpicos considera que su fórmula necesita mejorar con una infusión de espíritu olímpico. Sus excavadores están poniendo la ciudad, que ya estaba patas arriba, con el culo en alto.
Entretanto, los atenienses navegan en el procelosísimo mar de sus vidas, que muchas similitudes guardan con las de los españoles de otra época. Su pasión por la política, bien afirmada sobre una crónica desconfianza entre gobernantes y gobernados; la separación de papeles entre mujer y hombre, entre mayores y niños; las comidas largamente dilatadas por la conversación, y la ineludible siesta te esperan al final de un túnel del tiempo, en el año en el que las tiendas que venden vaqueros y camisetas se llaman "de ropa americana".
Ya no pueden ajusticiar o, al menos, desterrar a aquellos de sus principales que no han cumplido los encargos de la Asamblea. Así que se sientan en la ouzería, magnífica institución para tratar éstos y otros defectos de las democracias modernas, y donde discurrir y proponer lo preciso para dejar de ser simples mortales.
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