Piérdete en la Plaza de Xemaa el Fna en Marrakech


Según la leyenda, Marraquech fue, antes de ser fundada oficialmente por el sultán almorávide Yusef Ben Tachfín en el siglo XI, un campamento de caravanas de comerciantes que se alimentaban de dátiles. Sus huesos caídos en la tierra dieron a luz a inmensas palmeras. Allí creció esta ciudad. De todas partes se alzaron murallas para mantener intacta la intimidad de un lugar que ya empezaba a tejer sus misterios.

Perviven los callejones y adarves entrelazados, los pasillos sin principio ni fin. Marraquech atrapa, y desde que el extranjero descubre que de este laberinto no existen mapas posibles, se comprende por qué los habitantes gozan de absoluta serenidad. Si el visitante se deja guiar por el encanto de las cosas, poco a poco reconocerá que esta aventura le empuja a un conocimiento sin límites. "¿Dónde se refugia esa mujer perdida entre callejones? ¿Y aquella otra? ¿Y el joven?".

Sin duda, en la sombra de las numerosas puertas que se abren al dédalo de callejuelas. Minúsculos ríos que desembocan en el inmenso mar de la plaza de Xemaa el Fna, corazón de la Medina, patrimonio oral de la humanidad desde 1997.

Marrakech

Entre la ciudad moderna, al pie de la roca de Guéliz, y la Medina hay censados unos setecientos mil habitantes. Y éstos, junto a otros flotantes, han creado un lenguaje secreto que considera la sencilla ojeada como un mensaje lingüístico: son los maestros del chiste, el dicho y los juegos de palabras. Una nueva encrucijada cuyas fronteras son seres humanos.

Si los poetas cantan a Marraquech es porque esta ciudad es un poema, cuyo verso es la gente. Aquel joven sonríe, aunque sólo posea cinco dirham. Otro, rodeado por el público, narra aventuras con mil y una resonancias literarias. Otros se dejan aconsejar por médicos ambulantes, que lo saben todo e intentan comprender la modernidad para anticiparla. Mientras que ése —músico miserable— canta su pobre suerte con rítmicos fragmentos.

La plaza Xemaa el Fna es un teatro con múltiples directores y una escenografía abierta a todos. Hasta usted participa en el reparto. A diario se transforma en lugar de peregrinación donde la gente gira sin rumbo. Aquí no existe Norte o Sur, Este u Oeste. Y se pierden en los zocos continuos: el Semarín le lleva a El Haddadín, al Cherratín, al Essabarín…


El zoco de Marrakech

Pero, además, están los monumentos, la Menara, los jardines y mezquitas, las puertas, las torres. Además de la Medina, el exterior: las murallas se alzan rojas y maternales. ¿A qué se debe este amor que desprende Marraquech? Nadie lo sabe. Para conocerla bien olvide su identidad, hable el lenguaje de la plaza. Entonces, será marrakchí. Y hasta las palmeras llorarán su adiós.


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